Mi primer encuentro con el concepto de branding fue en los 80s, recuerdo que había una tienda pequeña, bastante angosta, donde me quedaba ensimismado observando todo por largo rato. No recuerdo el nombre del negocio pero sí todo lo que había adentro: cientos de llaveros, stickers publicitarios de todas las formas y colores, una mesa de luz inclinada, muchas reglas de dibujo para tipografías de todos los tamaños, sellos, pinceles, lápices y un profundo olor a tinta en toda la tienda.
Los diseños eran hechos a mano sobre esa mesa de luz y sin herramientas digitales, el diseñador era una mezcla de artesano - artista. Al llegar un cliente, explicaba sobre su negocio y le hacía la consulta con respecto al “dibujo” que acompañe su logotipo. Revisaban tipografías con el diseñador y el trabajo debía estar para ese mismo día o dentro de la semana, no había mucho para pensar, supongo que algunas cosas nunca cambian.
Me hubiera gustado recordar el nombre del negocio o siquiera su imagen, una que refleje todo lo maravilloso que era estar adentro. Una que resuma todo el trabajo que se hacía, era sumamente personalizado, la cercanía al cliente, la eficacia de sus entregas y cumplimiento de tiempos, incluso que refleje el olor de los materiales con los que se trabajaba. Una imagen que al solo recordarla, me lleve a esa época, a ese olor e incluso que me recuerde a mi yo de ese entonces. Es justo ahí donde radica la importancia del branding.
Y me refiero al buen branding porque también hay malo y malísimo. El primero requiere de un elemento que no se menciona mucho: el match entre cliente y agencia. El ejecutor debe tener a su alcance toda la información necesaria de parte del cliente, no solo del rubro y su competencia (la que se debe superar), sino su historia, cómo llegó hasta ahí, a qué tipo de personas quiere llegar, qué expectativas tiene para su empresa. El valor comercial importa, pero también el valor emocional y el cliente debe saber de manera muy cercana sus necesidades para que así el trabajo final pueda llegar a cumplir los objetivos.
El trabajo de branding evoca nuestro lado emocional. La marca ya no solo debe ser recordada por un color llamativo, por un personaje o un isotipo, sino por lo que representa en los consumidores: el estatus, una sensación o un recuerdo. Las herramientas digitales solo son eso, herramientas, lo más relevante es la información. Con ella, el diseñador va a plasmar la identidad de la marca en su propuesta y visualizarla desde la perspectiva del consumidor. Todo esto, ayudará a sustentar al cliente el porqué de cada elección y qué ventajas va tener su propuesta frente a sus competidores.
Un buen branding no solo colocará una marca en lo más alto o hará que se logre recordar el negocio a pesar del tiempo, sino que contribuye al crecimiento. El branding es la cara de tu organización y uno bueno, puede hacer que tu empresa haga historia y deje huella en el corazón de las personas.